En el “Día Internacional de la Conservación del Suelo”, referentes reflexionan sobre el estado de salud de los suelos argentinos, su valor para la Humanidad y perspectivas para su manejo sustentable.
Cada 7 de julio se conmemora el “Día Internacional de la Conservación del Suelo”, en reconocimiento al Dr. Hugh Hammond Bennett, pionero e impulsor de prácticas conservacionistas en Argentina.
“Las altas capacidades de producción que tenemos en nuestro país hablan de la calidad de nuestros suelos, estando entre los más ricos del mundo”, señala Rodolfo Gil –Director Académico del Sistema Chacras de Aapresid. No obstante, a lo largo del tiempo, estos fueron perdiendo su salud y esplendor originales.
En Argentina, prácticas como el cambio de uso del suelo, el fuego, sobrepastoreo, los monocultivos y la labranza se han llevado hasta un 40% de su capacidad productiva en provincias como Santa Fe. A la par, organismos oficiales como Fertilizar, vienen alertando sobre la pérdida sistemática de materia orgánica y nutrientes clave en la región Pampeana como fósforo y azufre. En lo que respecta a la MO, “la Región Pampeana ha llegado a perder hasta el 50% en los últimos 100 años”, arroja Gil.
¿Pero qué se entiende por suelo sano? Según el especialista, “es aquel que tiene una estructura que le permite sustentar la actividad biológica y la vida vegetal, maximizar su potencial de desarrollo y crecimiento tanto aéreo como radicular”. Esto viene fuertemente asociado al contenido de materia orgánica (MO) y una porosidad que permita un buen flujo de agua y capacidad de almacenaje, así como transferencia de aire y calor.
Pero no se puede hablar de “salud del suelo” sin pensar en la vida que lo habita. Marcelo Arriola productor y Director del Sistema Chacras Aapresid explica: “no hay en el suelo procesos físicos – salvo variables como la textura -, ni químicos que no dependan de procesos biológicos. Si bien la Química y la Física no pueden faltar, gran parte de los procesos que reciclan, fijan y ponen a disposición nutrientes clave como el N dependen de lo biológico.
La actividad biológica del suelo está condicionada por el agua, pero más aún por lo que le damos de comer. Por eso, “el primer paso hacia suelos sanos, son los suelos bien comidos”. Esto se logra aportando alimentos en cantidad y calidad, es decir, con una dieta balanceada que equilibre el aporte de carbono pero también de nutrientes como el nitrógeno. “Aca la diversidad de cultivos es fundamental: una dieta a base de gramíneas será deficiente en N y frenará la actividad del suelo”.
El segundo paso para los suelos sanos es la “no remoción”. Si queremos construir salud de suelo, no podemos usar la destrucción. “Una labranza, así sea cada 5 años, significa perder más de 20 años de lo construido gracias a la actividad biológica. La labranza genera una oxidación y pérdida de la MO. Por otro lado, si bien no mata a los microorganismos, destruye el equilibrio y estructuras cuya reconstrucción tiene altísimos costos energéticos. Esto significa ineficiencia, porque es energía que no estoy usando para fijar carbono y producir.
Por último, “recurrir a una labranza para ‘resolver’ un problema como la presencia de capas densas, baja el síntoma sin atacar la causa: las partículas como el limo que quedan en suspensión luego de la labranza vuelven a organizarse en capas aún más densificadas. Lo que necesitamos no es destruir sino re-agregar nuestros suelos en conglomerados de materia orgánica”.
Por último, un suelo sano necesita de raíces vivas. “Si tenemos en cuenta que el 80% de los hongos viven asociados a las raíces: ¿por qué matarlas? Pero cuando hablamos de raíces vivas, tenemos que pensar en los 365 días del año. Esto abre todo un capítulo en lo que entendemos por diversificación e intensificación de las rotaciones. Tenemos que empezar a pensar en distintos cultivos sincronizados, conviviendo en el lote”.
Por ejemplo, estamos estudiando la entrega de N de leguminosas a gramíneas a través de las micorrizas. Esta nueva forma de N es mucho más eficiente que la ‘secuencial’, donde la leguminosa previa debe morir para liberar el N que será luego capturado por una gramínea posterior.
Pero no todo es color de rosas: la transición hacia estos planteos traen complicaciones. Jorge Romagnolli, socio y presidente Honorario de Aapresid fue de la partida de productores que se embarcaron hacia Norpatagonia, donde transformaron suelos prácticamente improductivos a lotes que hoy levantan maíces de 175 qq/ha bajo riego. “Lograr este círculo virtuoso que favorece la fertilidad a través de la mayor actividad biológica trae desafíos: desarrollos en maquinaria para mantener calidad de siembra sobre rastrojo abundante, nuevas plagas, mayor presencia de sustrato fermentable que favorece enfermedades, entre otros.
“Si no entendemos el suelo, será difícil manejarlo”, cierra Gil, y agrega: “esto se logra aprendiendo y generando conocimiento. Las instituciones son actores clave en este camino, ya que permiten que las prácticas y aprendizajes se gesten y transfieran en el tiempo. Por otro lado, junto a los productores y la Ciencia, son la vía para la única forma de construir sustentabilidad: colectivamente.”
¿Cómo seguir produciendo alimentos en cantidad y calidad, cuidando el suelo y apuntando a una sustentabilidad colectiva de los agroecosistemas? Esta conversación entre el suelo, el ambiente y las personas tendrá protagonismo en el próximo Congreso de Aapresid, que vuelve a la presencialidad del 10-12 de agosto en Rosario.